Me llamo Julián César R. y mi historia es larga, o algo así. Tengo 14 años, nací el 14 de septiembre de 1992 y mi vida es algo complicada, pero también feliz. Soy uno de esos chicos que, por más que todo el mundo este caído, yo trato de estar de pie y de para a mis seres queridos. Vivía en Carcova, una villa más que humilde, donde la gente hace lo posible para comer.
A los 2 años se me descubrió peritonitis, un problema en el apéndice, y estuve al borde de la muerte. Mi viejo tanto le suplico al doctor, que me hicieron la operación gratis. Luego, a los tres años, tuve pata de cabra, y otra vez estuve grave y otra vez me salvé.
Fui creciendo y fui entendiendo, de chico, la vida de un pobre. Mi padre me golpeaba mucho, aunque también me enseñaba lo necesario que un chico a mi edad debería saber.
Una vez, mi hermana se enamoró de un chico. En mi casa fue un calvario: mi padre se enteró y mi mamá vivía peleando con él para que mi hermana sea feliz. Pero no todo en la vida es color de rosa. Para mí, empezó la tortura: yo dormía con mi viejo en una pieza y mi hermana con mi mamá en la otra. Marcelo, el novio de mi hermana se tiró a la droga y toda la villa se puso en contra de nosotros, echándonos la culpa. Hubo un momento en el que nadie de mi familia podía cruzar la calle sin ser criticado injustamente. Yo era el peor: me decían “cuida”, “buchón”, y yo, sufriendo por mi familia.
Logramos salir de eso, pero mi padre seguía igual, mortificándonos y haciéndonos sentir menos que él. En el 2004, él se fue, y mi hermana se juntó con el chico, y hasta ahora están juntos.
Esto no lo cuento para ganar un premio, sino para que la gente de arriba vea que no sólo yo sufro, sino que es la mayoría de la gente. El premio que más deseo es que mi gente salga adelante y levante las manos para salir a pelear, a mostrar que un tropezón no es caída, y que, si yo puedo salir adelante, también lo pueden hacer ellos.
A los 2 años se me descubrió peritonitis, un problema en el apéndice, y estuve al borde de la muerte. Mi viejo tanto le suplico al doctor, que me hicieron la operación gratis. Luego, a los tres años, tuve pata de cabra, y otra vez estuve grave y otra vez me salvé.
Fui creciendo y fui entendiendo, de chico, la vida de un pobre. Mi padre me golpeaba mucho, aunque también me enseñaba lo necesario que un chico a mi edad debería saber.
Una vez, mi hermana se enamoró de un chico. En mi casa fue un calvario: mi padre se enteró y mi mamá vivía peleando con él para que mi hermana sea feliz. Pero no todo en la vida es color de rosa. Para mí, empezó la tortura: yo dormía con mi viejo en una pieza y mi hermana con mi mamá en la otra. Marcelo, el novio de mi hermana se tiró a la droga y toda la villa se puso en contra de nosotros, echándonos la culpa. Hubo un momento en el que nadie de mi familia podía cruzar la calle sin ser criticado injustamente. Yo era el peor: me decían “cuida”, “buchón”, y yo, sufriendo por mi familia.
Logramos salir de eso, pero mi padre seguía igual, mortificándonos y haciéndonos sentir menos que él. En el 2004, él se fue, y mi hermana se juntó con el chico, y hasta ahora están juntos.
Esto no lo cuento para ganar un premio, sino para que la gente de arriba vea que no sólo yo sufro, sino que es la mayoría de la gente. El premio que más deseo es que mi gente salga adelante y levante las manos para salir a pelear, a mostrar que un tropezón no es caída, y que, si yo puedo salir adelante, también lo pueden hacer ellos.