UN PUENTE HACIA LAS FANTASÍAS DE LA REALIDAD
Por Osvaldo Bayer
Cuando uno lee este precioso libro de cuentos y relatos se da cuenta que los chicos no se rinden. Que los maestros, tampoco. Aunque esos niños chicos vivan en una villa de emergencia, como la llamamos para no quedar mal. Y los maestros tampoco se deprimen, aunque enseñen a hijos de una villa de emergencia. Al contrario, les corren el telón de arpillera, abren, y les muestran el cielo azul.
Es increíble la fuerza del ser humano. Es increíble nuestra sociedad que condena a vivir en la mayor pobreza... a niños. A nuestros niños. Y ellos lo imaginan todo, lo sueñan todo, pero al mismo tiempo nos describen su realidad diaria.
Este libro nos dice más que un tratado de sociología. Porque los chicos no saben mentir. Sí, tienen una fantasía inigualable, pero siempre están diciendo la verdad. Estos relatos son pura literatura o pura crónica periodística. No hay tapujos. Se dicen las cosas como son, o como se sienten o como se imaginan en una mente que va asomando a la pubertad. Limpia, celeste, dorada como el sol.
Las docentes que han sido capaces de llevar a cabo esta idea (un libro escrito por chicos del barrio La Cárcova) nos hablan de que lo hicieron para que ellos cambien su realidad, busquen y gocen con el placer de imaginar. Para crear personajes, otros mundos. Para que jueguen con la palabra. Y les agrego: sí, para que hagan hablar a su silencio ante la incomprensión. Las dos docentes han permitido así que se expresen ellos. No darles lecciones. Sino para que aprendamos todos cómo son, qué sienten, qué sueñan ellos.
Nos dicen estas dos docentes que al invitarlos a escribir se propusieron que los alumnos se apropiaran de las palabras, porque –nos dicen- “las palabras son puentes”. Y nos explican que el puente es “un camino que sirve para unir dos lugares, que, estando muy cerca, pueden verse muy distantes sin él”. Palabras sabias. Pienso. Me dan ganas de aplaudir, de emocionarme, de sonreír agradecido. En un mundo de violencias indescriptibles, la palabra. El diálogo, esta vez consigo mismo, para los otros. Escribir es dialogar consigo mismo. Leer es entrar en diálogo con las fantasías de la realidad.
Y nos lanzamos a leer el libro. Su primer escritor, de doce años ya nos pone en el ambiente. Nos comunica su sentir: “Cárcova es un barrio lindo. A veces se pone feo, porque tiene mucha basura.” Pocas palabras que lo dicen todo. Cuatro renglones después nos informa que una vez “hubo tiros”. Y termina: “Y casi me pegaron a mí”. Sin calificativos. Así, la acción, como es la vida allí. Me imagino que Dostoievski o Chejov hubieran quedados sorprendidos, atrapados. Y no exagero: Al “escritor” de la Cárcova le bastan nueve renglones y nos introduce ya en ese mundo. Su mundo. Lo leo otra vez. Me convenzo que es un barrio “lindo”. Sí, porque allí hay también sentimientos, ternuras, diálogos, cariños, caricias. ¿Para vivir? Sí, el derecho de vivir, las ganas inmensas de vivir. De caminar la vida. Ese misterio constante que nos aguarda.
El segundo relato nos habla de los “tachos tóxicos” que enterraron en el barrio y que contaminaron el agua y la tierra. Trasmite la esperanza que se arregle todo eso para que los pibes “puedan jugar en la calle”. Por lo menos. César, por ejemplo, es muy parco, pero no se calla. Observa: “La gente muy humilde cirujea”, “Esta villa tiene casas de cartón grueso y con chapas agujereadas... cada vez que llueve, les ponen nylon y arriba, piedras, para que no se vuele”. Simplemente así. La verdad. En la Argentina de las espigas de oro, cantada por Rubén Darío....
Pero no por eso hay que rendirse a la tristeza. Ahí bulle la vida. Porque en la canchita “Los alegres pichoncitos”, los pibes juegan al fútbol. Aunque, claro, cuando llueve no se puede jugar allí “porque se le hace mucho barro”. Esto no obsta para que “Los canarios 3” salieran campeones.
Las risas no se pueden apagar, las esperanzas, tampoco. Chapas agujereadas, sí; pero campeones de fútbol. Claro, pero tampoco es fácil, para villeros. El próximo relator, lo cuenta. Una vez tuvieron que jugar en un club “buenísimo” que tenía piscina. Y se metieron en la misma sin permiso. Es que hacían 40 grados de calor. “A los diez minutos vino un policía al que le había ido a buchonear otro del club. Nos agarró a todos...”
Buchonear. El idioma preciso, sin adjetivos.
A los chicos les interesa más contar sus aventuras, las broncas, las búsquedas; a las chicas más las relaciones, los sueños. Por eso Gisela nos relata sus fantasías. Una joven de la villa conoce a un joven millonario. Se enamoran, se casan, él soluciona todos los problemas de la villa, y los dos se vienen a vivir a la Cárcova.
Aquí comienzan los sueños, pero siguen las realidades.
Así viajará el lector. Entre realidades y sueños. Un mundo: pleno de ansias. Me detendría en cada cuento, en cada relato, en cada crónica. De caballos, de niños que se convierten en peludos y de nenas que de noche se vuelven brujas, estallan en carcajadas y se transforman en pájaros, de cofres con tesoros de monedas de oro que salvan para siempre al barrio, de gauchitos giles o no tanto. Y de pronto, Matías llega a presidente de la República y se dedica a arreglar las escuelas de las villas, trae médicos, impide la basura. Elimina “la corrupción política”. No permitirá que se tiren más perros muertos al zanjón, ayudará a los cartoneros, y dará medios a los matrimonios para que puedan comprar pañales a sus bebés.
Sí, así es el viaje por las páginas de este libro. Que debería leerse en todos los colegios (también en los privados, eh!) para que nos conozcamos todos.
Acompañaría en el viaje a los lectores hasta el final. Porque cada relato es una nueva estación, para detenerse y meditar. Pero yo escribo estas líneas como quien es un guarda de estación que toca el silbato para dar la partida. El tren ya se pone en marcha, los lectores no miran el paisaje por la ventanilla sino que se concentran en ese otro paisaje de imágenes que es la lectura. Las maestras Claudia y Miriam son las maquinistas que nos llevan a descubrir nuevos horizontes.
Quise sólo abrir la puerta a esta galería de escenas de nuestra tierra y tengo la esperanza que el viaje nos sirva a todos para conocernos más y aprender a darnos la mano.
Es increíble la fuerza del ser humano. Es increíble nuestra sociedad que condena a vivir en la mayor pobreza... a niños. A nuestros niños. Y ellos lo imaginan todo, lo sueñan todo, pero al mismo tiempo nos describen su realidad diaria.
Este libro nos dice más que un tratado de sociología. Porque los chicos no saben mentir. Sí, tienen una fantasía inigualable, pero siempre están diciendo la verdad. Estos relatos son pura literatura o pura crónica periodística. No hay tapujos. Se dicen las cosas como son, o como se sienten o como se imaginan en una mente que va asomando a la pubertad. Limpia, celeste, dorada como el sol.
Las docentes que han sido capaces de llevar a cabo esta idea (un libro escrito por chicos del barrio La Cárcova) nos hablan de que lo hicieron para que ellos cambien su realidad, busquen y gocen con el placer de imaginar. Para crear personajes, otros mundos. Para que jueguen con la palabra. Y les agrego: sí, para que hagan hablar a su silencio ante la incomprensión. Las dos docentes han permitido así que se expresen ellos. No darles lecciones. Sino para que aprendamos todos cómo son, qué sienten, qué sueñan ellos.
Nos dicen estas dos docentes que al invitarlos a escribir se propusieron que los alumnos se apropiaran de las palabras, porque –nos dicen- “las palabras son puentes”. Y nos explican que el puente es “un camino que sirve para unir dos lugares, que, estando muy cerca, pueden verse muy distantes sin él”. Palabras sabias. Pienso. Me dan ganas de aplaudir, de emocionarme, de sonreír agradecido. En un mundo de violencias indescriptibles, la palabra. El diálogo, esta vez consigo mismo, para los otros. Escribir es dialogar consigo mismo. Leer es entrar en diálogo con las fantasías de la realidad.
Y nos lanzamos a leer el libro. Su primer escritor, de doce años ya nos pone en el ambiente. Nos comunica su sentir: “Cárcova es un barrio lindo. A veces se pone feo, porque tiene mucha basura.” Pocas palabras que lo dicen todo. Cuatro renglones después nos informa que una vez “hubo tiros”. Y termina: “Y casi me pegaron a mí”. Sin calificativos. Así, la acción, como es la vida allí. Me imagino que Dostoievski o Chejov hubieran quedados sorprendidos, atrapados. Y no exagero: Al “escritor” de la Cárcova le bastan nueve renglones y nos introduce ya en ese mundo. Su mundo. Lo leo otra vez. Me convenzo que es un barrio “lindo”. Sí, porque allí hay también sentimientos, ternuras, diálogos, cariños, caricias. ¿Para vivir? Sí, el derecho de vivir, las ganas inmensas de vivir. De caminar la vida. Ese misterio constante que nos aguarda.
El segundo relato nos habla de los “tachos tóxicos” que enterraron en el barrio y que contaminaron el agua y la tierra. Trasmite la esperanza que se arregle todo eso para que los pibes “puedan jugar en la calle”. Por lo menos. César, por ejemplo, es muy parco, pero no se calla. Observa: “La gente muy humilde cirujea”, “Esta villa tiene casas de cartón grueso y con chapas agujereadas... cada vez que llueve, les ponen nylon y arriba, piedras, para que no se vuele”. Simplemente así. La verdad. En la Argentina de las espigas de oro, cantada por Rubén Darío....
Pero no por eso hay que rendirse a la tristeza. Ahí bulle la vida. Porque en la canchita “Los alegres pichoncitos”, los pibes juegan al fútbol. Aunque, claro, cuando llueve no se puede jugar allí “porque se le hace mucho barro”. Esto no obsta para que “Los canarios 3” salieran campeones.
Las risas no se pueden apagar, las esperanzas, tampoco. Chapas agujereadas, sí; pero campeones de fútbol. Claro, pero tampoco es fácil, para villeros. El próximo relator, lo cuenta. Una vez tuvieron que jugar en un club “buenísimo” que tenía piscina. Y se metieron en la misma sin permiso. Es que hacían 40 grados de calor. “A los diez minutos vino un policía al que le había ido a buchonear otro del club. Nos agarró a todos...”
Buchonear. El idioma preciso, sin adjetivos.
A los chicos les interesa más contar sus aventuras, las broncas, las búsquedas; a las chicas más las relaciones, los sueños. Por eso Gisela nos relata sus fantasías. Una joven de la villa conoce a un joven millonario. Se enamoran, se casan, él soluciona todos los problemas de la villa, y los dos se vienen a vivir a la Cárcova.
Aquí comienzan los sueños, pero siguen las realidades.
Así viajará el lector. Entre realidades y sueños. Un mundo: pleno de ansias. Me detendría en cada cuento, en cada relato, en cada crónica. De caballos, de niños que se convierten en peludos y de nenas que de noche se vuelven brujas, estallan en carcajadas y se transforman en pájaros, de cofres con tesoros de monedas de oro que salvan para siempre al barrio, de gauchitos giles o no tanto. Y de pronto, Matías llega a presidente de la República y se dedica a arreglar las escuelas de las villas, trae médicos, impide la basura. Elimina “la corrupción política”. No permitirá que se tiren más perros muertos al zanjón, ayudará a los cartoneros, y dará medios a los matrimonios para que puedan comprar pañales a sus bebés.
Sí, así es el viaje por las páginas de este libro. Que debería leerse en todos los colegios (también en los privados, eh!) para que nos conozcamos todos.
Acompañaría en el viaje a los lectores hasta el final. Porque cada relato es una nueva estación, para detenerse y meditar. Pero yo escribo estas líneas como quien es un guarda de estación que toca el silbato para dar la partida. El tren ya se pone en marcha, los lectores no miran el paisaje por la ventanilla sino que se concentran en ese otro paisaje de imágenes que es la lectura. Las maestras Claudia y Miriam son las maquinistas que nos llevan a descubrir nuevos horizontes.
Quise sólo abrir la puerta a esta galería de escenas de nuestra tierra y tengo la esperanza que el viaje nos sirva a todos para conocernos más y aprender a darnos la mano.